Artículo publicado en la revista tuit en junio del 2013.
PASTELES DE DISEÑO.
Por
Antón Goenechea Caballos
Desde hace un tiempo he podido percibir
el crecimiento de una plaga terrible a mi alrededor, los cupcakes. Sin miedo a ofender a cualquiera que amablemente haya
compartido conmigo esta aberración de la repostería, tengo que decir que estoy
convencido de que estamos ante una de las mayores conspiraciones a las que se
enfrenta la humanidad en la presente década.
Según Wikipedia, los cupcakes son un postre tradicionalmente
norteamericano y la primera referencia histórica se encuentra en un libro de
recetas de cocina de finales del siglo XVIII. Su popularización internacional
le llego con numerosas referencias en la serie de HBO, Sex and the City. Demostrando una vez mas que la libertad que la
cadena ofrece a sus producciones a veces nos hace pagar un precio muy alto a
todos.
Creo que hace unos seis años vi la
primera tienda dedicada exclusivamente a la venta de cupcakes en mi vida, eso fue en el barrio de Malasaña en Madrid. En
un primer momento pensé que era un negocio muy original y decidí apoyarlo
comprando un muffins (o magdalenas,
como las llamamos en España) con algo que en ese momento identifiqué como una
especie de nata insípida de color naranja y que ellos llamaban frosting de zanahoria. Hice lo que pude
para ocultar mi profunda decepción después de haber pagado el 500% del valor de
una magdalena cuyo único aliciente era el color de su decoración. Conseguí
guardar aquella terrible experiencia en el lugar mas remoto de mi subconsciente
y así poder seguir respetando a todos los jóvenes emprendedores del mundo.
Afortunadamente, durante muchos años
pude vivir ajeno a esta aberración, hasta que, poco después de llegar a México,
pude ver florecer a mi alrededor una serie de establecimientos dedicados única
y exclusivamente a la venta de cupcakes.
En un primer momento sentí la misma reafirmación por el pequeño y valiente
empresario que se lanza al vacío en el mundo de los negocios, pero por alguna
razón la iniciativa se fue replicando a la velocidad del rayo. La gente empezó
a llevar cupcakes a reuniones
familiares, al trabajo, a casa de los amigos, a ver el Superbowl... la pesadilla empezó a hacerse más y más presente en mi
vida hasta que acabé viéndome a mi mismo en un evento social, con el dedo impregnado
en frosting que intentaba esconder
debajo de una mesa y que finalmente acabo embarrado en mis pantalones (Hay que
decir que aunque el glaseado se me hace repugnante, el bizcocho suele estar
buenísimo).
En el 2010, la todopoderosa estrella de
televisión Martha Stewart publicó un libro de cocina exclusivamente sobre el tema
y un año después se estrenó la Sitcom norteamericana 2 Broke Girls, que cuenta la historia de dos chicas que trabajan
como meseras y que quieren montar un negocio de cupcakes. Además en This is
40 (2012), dirigida por mi
admirado Judd Apatow, el personaje de Paul Rudd es un adicto a los cupcakes. Quizá esté loco, pero las
señales están ahí fuera, un postre tradicional americano, de los peores diría
yo, que en menos de cinco años se vuelve omnipresente en cine y televisión, que
coincide con la aparición de una serie de negocios no solo en EEUU, sino en
todo el mundo… esto solo puede ser una conspiración para mantener su
imperialismo culinario que en su momento empezó con Coca Cola, siguió con McDonalds
y continua feroz con los Brunchs y la
comida orgánica. O puede que seamos todos unos estúpidos que compramos la
primera estupidez que nos ponen delante solo porque nos dicen que está de moda…
No, sin duda debe de ser una conspiración.
Demasiados colorines para un pastelito.
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