Aunque me gustaría, esta entrada no puede ser un homenaje al enorme genio creativo de John Carpenter y yo no soy Kurt Russell en la piel de Jack Burton. Esta es una historia de supervivencia, de esperanza, de ilusión y de lucha contra la adversidad encarnada por la ineptitud de un guía (interpretado por mí) haciendo creer a unos pobre visitantes que las distancias en el norte de la India eran salvables en unas pocas horas. Aunque se podría pensar que soy el malo de la película, la verdad es que no es así, por que más que a una película la historia acabó pareciéndose más a un videojuego con un enemigo en cada fase:
Fase 1. Nueva Delhi. Como ya sabéis es mi ciudad y por tanto estoy dispuesto a pelearme con cualquiera que sea más pequeño que yo y que se le ocurra meterse con ella. De todas formas tengo que reconocer que puede llegar a ser un sitio un poco intimidante. Es grande, muy grande. Hay mucha gente, mucha, mucha gente… seguramente más de la que os imagináis. Antes de venir, si has consultado con algún médico, te habrá dicho que vas a coger alguna enfermedad mortal a corto o medio plazo. Y si tienes mala suerte, puedes pasar mucho calor. Pues bien, mi estimado amigo Pablo y su encantadora novia, María, los auténticos protagonistas de esta historia, sufrieron de la combinación de todos los factores anteriores.
El primer día hicieron uso del formato de visita habitual, alquilaron un taxi que les llevo a los monumentos más interesantes de la ciudad, la tumba de Humayun, Red Fort, Qutb Minar, etc… mucho calor, de hecho se supone que la semana de abril más calurosa de los últimos 30 años, pero lo pasaron bien, creo. Al día siguiente, recién llegado yo desde España, los saqué a uno de mis intensivos paseos por Old Delhi. Algunos ya han sufrido la experiencia en la que además de negarles el transporte sobre ruedas, les mareo con miles de millones de explicaciones indigeribles, todo a más de cuarenta grados. Así de calentitos me los llevé a mi restaurante favorito, Karim´s, en el que probaron un ligero cordero con no menos de 20 especias y seguidamente al mercado de las especias, donde no se llora ni por pena ni por alegría, sino por el chile que flota en el aire y que hace toser hasta a aquellos que llevan trabajando allí toda la vida. A mí me convierte en una criatura patética que continuamente se tiene que sorber los mocos y secar las lagrimas en una estrategia torpe, ya que me restriego todo el chile haciendo que termine de asentarse en casi el último resquicio de mi cuerpo alargando la agonía durante horas, una experiencia que no te puedes perder. Al día siguiente tuvieron la oportunidad visitar Raj Path, y cocerse lentamente al sol de Delhi. Inmediatamente después los metí en un restaurante en Khan Market a que disfrutaran del aire acondicionado. Gran acierto por mi parte, ya que conseguí que la predicción del doctor se cumpliera ese mismo día y el bueno de Pablo se acostó y despertó con fiebre.
Fase 2. El Punjab. Al día siguiente, y por recomendación del guía, se fueron a Amritsar en segunda clase de tren, experiencia que cuando me fue descrita visualicé como compartir un asiento con más cien personas a la vez. Gabi y yo son unimos a ellos en Chandigar, desde donde puedo dar testimonio presencial de los acontecimientos. Allí fuimos torturados durante todo el día por el difunto arquitecto Le Corbusier y su infructuoso intento de poner orden en una ciudad india. Este señor tan ególatra parecía haber hecho la distribución de los barrios con interés particular, maltratarnos a nosotros, específicamente a ese inocente grupo que contaba con dos arquitectos en sus filas. Por alguna razón, parecía que se había ido a la tumba clamando venganza contra sus colegas, ya que iban a ser los únicos realmente interesados en visitar la obra de un suizo que con un juego de palabra daba a entender que se apodaba el cuervo, aunque conozco a más de uno que de entender francés, también se interesaría por el personaje. El espíritu urbanista del arquitecto nos hizo ir de la estación de la zona 46 a la de la zona 17, con el objetivo de comprar un billete a Dharamsala, nuestro siguiente destino. Allí nos dijeron que se compraba en la zona 46, el viaje no fue tan infructuoso, ya que aprovechamos y nos comimos un thali (versión india de nuestro menú del día). Después volvimos a la zona 46, pero nos dijeron que hasta las dos de la tarde no había forma de comprar los billetes, así que decidimos empezar la jornada turística por el principio, la zona 1, donde nos esperaba el parlamento punjabi diseñado por este mismo señor. “Admiramos” su mal conservada obra durante algo más de una hora y nos fuimos otra vez a la zona 46, que está tan alejada de donde estábamos como su propia diferencia numérica indica, con la esperanza de dejar arreglado nuestro transporte. Allí nos dijeron que mejor nos pasáramos a la ocho de la tarde porque no estaba el encargado, seguramente estaría en la hora del thali. Pues a la zona 1 otra vez, a ver el Rock Garden, impresionante.
A las ocho de la tarde, en la Zona 46, nadie nos garantiza que tuviéramos plaza para llegar a Dharamsala en un autobús Deluxe. “¡¡¡NOOOOOOOO!!!”, pude oír en mi interior. Porque a veces pasan esas cosas, la gente te dice cosas que no sabe, porque todo el mundo quiere tener algo que decir. Nos ofrecen la posibilidad de viajar en una lata de sardinas. Miré a los visitantes, lo plantee y concluimos que lo mejor iba a ser irnos en taxi ¿Os acordáis James Bond conduciendo por los Alpes? Pues conducía como una abuelita comparado con nuestro conductor. Creo que pase más tiempo pegado a la ventanilla que al respaldo de mi asiento.
Fase 3. Big trouble in little Tibet. Llegamos a la zona de Dharamsala conocida como Little Tibet, Mcleodganj. Si me pongo en el lugar de nuestro conductor podría imaginarme justificando la inauguración de un nuevo circuito en los Himalaya ante de la federación internacional de fórmula uno. Con una parada en bóxers para cambiar una rueda, solo tardó seis horas en lo que Fernando Alonso hubiera tardado ocho. Por primera vez en la India, la eficiencia nos jugó una mala pasada y es que, como ya se me habrá oído decir, no se puede luchar contra los principios que rigen el cosmos. Llegamos a Mcleodganj a las dos de la madrugada de un viernes, sin reserva de hotel y con la idea de que llamando a la puerta de una recepción encontraríamos un sitio en el que dormir… creo que no hace falta que os diga lo equivocados que estábamos. En las dos calles de la aldea deben de haber unos veinticinco hoteles, hostales y guest houses, a mi me parecieron doscientos. Llamamos a todas las puertas, tocamos todos los timbres y hasta llegamos a tirar alguna que otra piedrecita a alguna ventana. De hecho, en una de las ocasiones metí la mano por una rendija de la que salía una luz y desperté a una inglesa de unos cincuenta años que dormía desnuda y que a esa hora me pareció que podía ser un recepcionista local... pocas veces me he alejado tan rápido de un sitio. Llegado el momento, Pablo y Gabi se rindieron y se echaron a dormir en un banco a la intemperie, el uno por enfermedad y la otra por agotamiento después de una semana de intenso trabajo en el despacho… arquitectos. Así que María, intrépida periodista, y yo, al que el lector no requerirá curriculum, seguimos buscando, ya que no podíamos soportar la triste visión de nuestras parejas en la calle. Bajo la consigna no verbalizada de “cartones o camas” revisamos hasta la última esquina con final feliz. A las cinco de la mañana encontramos una habitación.
Después, coser y cantar. Paseos por las montañas, socializar con los tibetanos budistas que allí se refugian, comer en restaurantes, beber en cascadas, ya se sabe, un par de días en los Himalaya.
Fase 4. Shimla o el peor hotel en el que estado en la India… ya que el peor en el que he estado en mi vida quedaba a una manzana del Ponpidou en Paris, mi hermana puede dar fe. Esta vez usamos el transporte público y deluxe para llegar a Shimla, capital de Himachal Pradesh. Ocho horas en hacer la mitad del camino que había nuestro Fitipaldi punjabi había completado en seis. En esta ocasión, habíamos tenido la precaución de reservar unas habitaciones en un hostal para poder descansar un poco antes de dar una vuelta y ponernos en camino de vuelta hacia Delhi. Primero nos regañaron por llegar dos horas tarde, seguro que a las seis de la mañana se les llenaba el hotel, y como castigo nos metieron en el zulo. Aquella estancia, más que una habitación parecía una agujero escavado en la pared. Afortunadamente para la integridad física del recepcionista, los cuatro estábamos demasiado cansados para quejarnos, luchar y/o desmembrar nadie.
Después de unas horas de sueño tocaba una refrescante ducha, cual sería nuestra sorpresa cuando descubrimos que nuestro baño no disponía de tan extravagante servicio, en su lugar, la recepción del hostal se vanagloriaba de ofrecer agua caliente y palanganas a sus clientes. Mi gozo en un pozo, bueno, en un cubo, que fue lo que tuvimos que usar para ducharnos ¿Puedo usar ese verbo para referirme a esa acción?
La ciudad es una suerte de Oxford montañoso en la India, no se me ocurre una forma mejor de definirla. Durante la ocupación británica servía de residencia de verano para los gobernadores ingleses, ahora está llena de colegios y universidades para las elites del país. Pero si algo destaca en esta ciudad es que alberga el restaurante en el que sirven la peor pasta del mundo, ni siquiera las impresionantes vistas del valle compensan tan exclusiva experiencia.
Finalmente, decidimos volver a Delhi en taxi. A veces hay que darse un gusto al cuerpo. Pablo y María siguieron su viaje al día siguiente y yo puedo dar fe de que sobrevivieron. Dice la leyenda que todavía se les puede ver por las calles de Ponferrada…
Por cierto, aquí os dejo la versión de Pablo de la misma historia y si queréis ver versiones suyas de otras historias, os recomiendo que le echéis un vistazo a su enmisitio.
Fase 1. Nueva Delhi. Como ya sabéis es mi ciudad y por tanto estoy dispuesto a pelearme con cualquiera que sea más pequeño que yo y que se le ocurra meterse con ella. De todas formas tengo que reconocer que puede llegar a ser un sitio un poco intimidante. Es grande, muy grande. Hay mucha gente, mucha, mucha gente… seguramente más de la que os imagináis. Antes de venir, si has consultado con algún médico, te habrá dicho que vas a coger alguna enfermedad mortal a corto o medio plazo. Y si tienes mala suerte, puedes pasar mucho calor. Pues bien, mi estimado amigo Pablo y su encantadora novia, María, los auténticos protagonistas de esta historia, sufrieron de la combinación de todos los factores anteriores.
El primer día hicieron uso del formato de visita habitual, alquilaron un taxi que les llevo a los monumentos más interesantes de la ciudad, la tumba de Humayun, Red Fort, Qutb Minar, etc… mucho calor, de hecho se supone que la semana de abril más calurosa de los últimos 30 años, pero lo pasaron bien, creo. Al día siguiente, recién llegado yo desde España, los saqué a uno de mis intensivos paseos por Old Delhi. Algunos ya han sufrido la experiencia en la que además de negarles el transporte sobre ruedas, les mareo con miles de millones de explicaciones indigeribles, todo a más de cuarenta grados. Así de calentitos me los llevé a mi restaurante favorito, Karim´s, en el que probaron un ligero cordero con no menos de 20 especias y seguidamente al mercado de las especias, donde no se llora ni por pena ni por alegría, sino por el chile que flota en el aire y que hace toser hasta a aquellos que llevan trabajando allí toda la vida. A mí me convierte en una criatura patética que continuamente se tiene que sorber los mocos y secar las lagrimas en una estrategia torpe, ya que me restriego todo el chile haciendo que termine de asentarse en casi el último resquicio de mi cuerpo alargando la agonía durante horas, una experiencia que no te puedes perder. Al día siguiente tuvieron la oportunidad visitar Raj Path, y cocerse lentamente al sol de Delhi. Inmediatamente después los metí en un restaurante en Khan Market a que disfrutaran del aire acondicionado. Gran acierto por mi parte, ya que conseguí que la predicción del doctor se cumpliera ese mismo día y el bueno de Pablo se acostó y despertó con fiebre.
Fase 2. El Punjab. Al día siguiente, y por recomendación del guía, se fueron a Amritsar en segunda clase de tren, experiencia que cuando me fue descrita visualicé como compartir un asiento con más cien personas a la vez. Gabi y yo son unimos a ellos en Chandigar, desde donde puedo dar testimonio presencial de los acontecimientos. Allí fuimos torturados durante todo el día por el difunto arquitecto Le Corbusier y su infructuoso intento de poner orden en una ciudad india. Este señor tan ególatra parecía haber hecho la distribución de los barrios con interés particular, maltratarnos a nosotros, específicamente a ese inocente grupo que contaba con dos arquitectos en sus filas. Por alguna razón, parecía que se había ido a la tumba clamando venganza contra sus colegas, ya que iban a ser los únicos realmente interesados en visitar la obra de un suizo que con un juego de palabra daba a entender que se apodaba el cuervo, aunque conozco a más de uno que de entender francés, también se interesaría por el personaje. El espíritu urbanista del arquitecto nos hizo ir de la estación de la zona 46 a la de la zona 17, con el objetivo de comprar un billete a Dharamsala, nuestro siguiente destino. Allí nos dijeron que se compraba en la zona 46, el viaje no fue tan infructuoso, ya que aprovechamos y nos comimos un thali (versión india de nuestro menú del día). Después volvimos a la zona 46, pero nos dijeron que hasta las dos de la tarde no había forma de comprar los billetes, así que decidimos empezar la jornada turística por el principio, la zona 1, donde nos esperaba el parlamento punjabi diseñado por este mismo señor. “Admiramos” su mal conservada obra durante algo más de una hora y nos fuimos otra vez a la zona 46, que está tan alejada de donde estábamos como su propia diferencia numérica indica, con la esperanza de dejar arreglado nuestro transporte. Allí nos dijeron que mejor nos pasáramos a la ocho de la tarde porque no estaba el encargado, seguramente estaría en la hora del thali. Pues a la zona 1 otra vez, a ver el Rock Garden, impresionante.
A las ocho de la tarde, en la Zona 46, nadie nos garantiza que tuviéramos plaza para llegar a Dharamsala en un autobús Deluxe. “¡¡¡NOOOOOOOO!!!”, pude oír en mi interior. Porque a veces pasan esas cosas, la gente te dice cosas que no sabe, porque todo el mundo quiere tener algo que decir. Nos ofrecen la posibilidad de viajar en una lata de sardinas. Miré a los visitantes, lo plantee y concluimos que lo mejor iba a ser irnos en taxi ¿Os acordáis James Bond conduciendo por los Alpes? Pues conducía como una abuelita comparado con nuestro conductor. Creo que pase más tiempo pegado a la ventanilla que al respaldo de mi asiento.
Fase 3. Big trouble in little Tibet. Llegamos a la zona de Dharamsala conocida como Little Tibet, Mcleodganj. Si me pongo en el lugar de nuestro conductor podría imaginarme justificando la inauguración de un nuevo circuito en los Himalaya ante de la federación internacional de fórmula uno. Con una parada en bóxers para cambiar una rueda, solo tardó seis horas en lo que Fernando Alonso hubiera tardado ocho. Por primera vez en la India, la eficiencia nos jugó una mala pasada y es que, como ya se me habrá oído decir, no se puede luchar contra los principios que rigen el cosmos. Llegamos a Mcleodganj a las dos de la madrugada de un viernes, sin reserva de hotel y con la idea de que llamando a la puerta de una recepción encontraríamos un sitio en el que dormir… creo que no hace falta que os diga lo equivocados que estábamos. En las dos calles de la aldea deben de haber unos veinticinco hoteles, hostales y guest houses, a mi me parecieron doscientos. Llamamos a todas las puertas, tocamos todos los timbres y hasta llegamos a tirar alguna que otra piedrecita a alguna ventana. De hecho, en una de las ocasiones metí la mano por una rendija de la que salía una luz y desperté a una inglesa de unos cincuenta años que dormía desnuda y que a esa hora me pareció que podía ser un recepcionista local... pocas veces me he alejado tan rápido de un sitio. Llegado el momento, Pablo y Gabi se rindieron y se echaron a dormir en un banco a la intemperie, el uno por enfermedad y la otra por agotamiento después de una semana de intenso trabajo en el despacho… arquitectos. Así que María, intrépida periodista, y yo, al que el lector no requerirá curriculum, seguimos buscando, ya que no podíamos soportar la triste visión de nuestras parejas en la calle. Bajo la consigna no verbalizada de “cartones o camas” revisamos hasta la última esquina con final feliz. A las cinco de la mañana encontramos una habitación.
Después, coser y cantar. Paseos por las montañas, socializar con los tibetanos budistas que allí se refugian, comer en restaurantes, beber en cascadas, ya se sabe, un par de días en los Himalaya.
Fase 4. Shimla o el peor hotel en el que estado en la India… ya que el peor en el que he estado en mi vida quedaba a una manzana del Ponpidou en Paris, mi hermana puede dar fe. Esta vez usamos el transporte público y deluxe para llegar a Shimla, capital de Himachal Pradesh. Ocho horas en hacer la mitad del camino que había nuestro Fitipaldi punjabi había completado en seis. En esta ocasión, habíamos tenido la precaución de reservar unas habitaciones en un hostal para poder descansar un poco antes de dar una vuelta y ponernos en camino de vuelta hacia Delhi. Primero nos regañaron por llegar dos horas tarde, seguro que a las seis de la mañana se les llenaba el hotel, y como castigo nos metieron en el zulo. Aquella estancia, más que una habitación parecía una agujero escavado en la pared. Afortunadamente para la integridad física del recepcionista, los cuatro estábamos demasiado cansados para quejarnos, luchar y/o desmembrar nadie.
Después de unas horas de sueño tocaba una refrescante ducha, cual sería nuestra sorpresa cuando descubrimos que nuestro baño no disponía de tan extravagante servicio, en su lugar, la recepción del hostal se vanagloriaba de ofrecer agua caliente y palanganas a sus clientes. Mi gozo en un pozo, bueno, en un cubo, que fue lo que tuvimos que usar para ducharnos ¿Puedo usar ese verbo para referirme a esa acción?
La ciudad es una suerte de Oxford montañoso en la India, no se me ocurre una forma mejor de definirla. Durante la ocupación británica servía de residencia de verano para los gobernadores ingleses, ahora está llena de colegios y universidades para las elites del país. Pero si algo destaca en esta ciudad es que alberga el restaurante en el que sirven la peor pasta del mundo, ni siquiera las impresionantes vistas del valle compensan tan exclusiva experiencia.
Finalmente, decidimos volver a Delhi en taxi. A veces hay que darse un gusto al cuerpo. Pablo y María siguieron su viaje al día siguiente y yo puedo dar fe de que sobrevivieron. Dice la leyenda que todavía se les puede ver por las calles de Ponferrada…
Por cierto, aquí os dejo la versión de Pablo de la misma historia y si queréis ver versiones suyas de otras historias, os recomiendo que le echéis un vistazo a su enmisitio.
It's absolutely fucking amazing !!!
ResponderEliminarNo se puede describir mejor la experiencia.
Un placer haber disfrutado de este viaje contigo Antón. Espero que sea el primero de muchos.
(P.D. Fue muchísimo más duro de lo que cuenta Antón. Lo suaviza para que vayáis a verle)
No sabes lo que me duele perderme estas relajantes experiencias contigo.
ResponderEliminarDebería haber ido.
Bueno, intentaré ir a México, también me motiva mucho el guacamole, jejeje.
por cierto, ¿te llevarás algún cocinero indio para que cuente sus experiencias en México?