Prácticamente, desde que Gabi y yo llegamos a nuestra nueva casa, nos hemos visto acosados por una pareja de palomas que habían decido instalarse en el aire acondicionado de nuestro dormitorio… un momento, si lo pienso con detenimiento, puede que coincidiera con el momento en el que el genio que nos instaló el retrete nos puso también el timbre que simula abucheo de cientos de palomas, eso debe de ser lo que llaman humor indio.
La cuestión es que todo indicaba que esas ratas voladoras eran aficionadas a darse, todos los días, un homenaje vespertino. Nada mas amanecer, parecía que vivíamos en uno de eso moteles que también se pueden pagar por horas. En un par de ocasiones intenté poner freno a tan primaria actividad como se hacía antes, con una escoba y al grito de “¡¡¡Degenerados!!!”. Pero cada día volvían a montárselo en el balcón, hasta que al final acabamos por acostumbrarnos, era parte de nuestra rutina para empezar el día, justo antes de desayunar, piadas de pasión. Entonces, llegó el invierno y solo el frio fue capaz de apagar su ardiente líbido.
Después me fui a España y me olvide de las palomas de Nueva Delhi, para poder concentrarme en los cerdos de Jabugo, las vacas de Ávila y en los primero peces y luego pescados de Cádiz.
El episodio que nos ocupa empieza a mi vuelta de España a Delhi, hace menos de una semana. Cuando descubrí que con la llegada del verano (porque aquí la primavera no existe a efectos prácticos), la pareja había vuelto a su residencia estival. Acostumbrado a los lujos de la vida occidental, las palomas me mosquearon bastante ¿Cómo se les ocurre despertarme a ese par de viciosas? En España, la civilización, te despierta el departamento comercial de telefónica a las ocho y media de la mañana. Como hasta ese momento y por culpa de las cosas del lenguaje, pensaba que la pareja de palomas era lesbiana, yo, que soy una persona muy tolerante y progresista, decidí respetar su amor furtivo en un entorno tan hostil como es el de las aves en la India.
Pero como todo el mundo sabe, la libertad de uno acaba donde empieza la del otro. Y aunque los límites nunca están tan claros, yo los puse en el momento en el que, agobiado por el tórrido calor, quise encender el aire acondicionado y sencillamente no funcionó. Es fácil que se nos acabe la paciencia hasta a los más tolerantes y progresistas como yo. Así que armado con mi escoba, fui a echar a esas dos malditas ocupas, que horror… empiezo a hablar como un propietario, ya me lo avisaron, eso es que me estoy haciendo mayor.
Con todo el sigilo del que era capaz, salí al balcón, armado con la escoba y con la intención de evaluar la situación para poder diseñar un plan de acción. Inesperadamente, la primera paloma me atacó por sorpresa, era tan rápida que parecía que estaba en todos lados a la vez, era enormemente ágil y astuta. La lucha fue encarnizada y honorable, y si no fuera porque, como ser humano, estoy dotado para el uso de herramientas, seguramente hubiera muerto a picotazos o por el ácido que contienen los excrementos de las palomas. Como os podéis imaginar, gané la primera batalla, pero todavía me quedaba una mucho más dura que luchar, una en la que también estaba en juego la más profunda esencia de mis valores humanos.
Cuando la primera paloma estuvo fuera de mi enrejado balcón, me subí a la barandilla para poder ver por encima del aire acondicionado y vi a su pareja, tenía la vista perdida y parecía no haberse dado cuenta de lo que acababa de pasar. La empujé un poco con la escoba y entonces descubrí la razón de su apatía, estaba empollando un huevo. No eran palomas lesbianas, me sentí un poco decepcionado y avergonzado por mis prejuicios. Aun así pensé, “¿Es correcto hacer lo que voy a hacer?”, sin encontrar respuesta, la pregunta se quedó en retorica y terminé de empujar a la paloma fuera del aparato. Mi buen amigo Pablo, actualmente en la India con su encantadora novia María, me asistió eficientemente acercándome el cubo de basura, y en una intrépida maniobra, atrapé a la madre que no se resistió todo lo que yo esperaba. Como no tenía como echarla por ese balcón, tuve que atravesar toda mi casa con el ave en el cubo (gran título para una novela… o para un capítulo de “Bones”). Al llegar al otro balcón, antes de lanzar la paloma al vació y comprobar si era capaz de volar, pensé que lo más inteligente sería echar un vistazo por si había alguien que se pudiera ofender con mi actitud hostil hacia el ave en cuestión, nunca se sabe con la sensibilidad de estas gentes. Efectivamente, allí estaba mi vecina, siempre de guardia en su balcón, no fuera a ser que pasara algo en nuestro callejón sin que ella se enterase, ya le he sugerido que se compre una tele, pero creo que es dura de oído. Así que después de analizar todas las posibilidades, me decidí a lanzarla al balcón del vecino al burocrático grito de “Pase por la ventanilla de al lado”. Ni siquiera tocó el suelo, la paloma salió volando hacia el otro balcón. Maldije en alto, lo confieso. Fui corriendo al que era su posible destino, justo a tiempo para evitar tener que repetir la aventura tapando el hueco por el que entraban con los restos de un contador de electricidad que el “manitas” había dejado abandonado.
A partir de ahí todo fue coser y cantar. Primero recoger el palpitante huevo y hacerle un tour por la casa, eso sí, con mucho cuidado, porque con un huevo nunca se sabe lo que lleva dentro en realidad… imaginaos, en la India. Después, un debate con mis invitados sobre el destino del huevo y las implicaciones éticas de la decisión, y finalmente, un veredicto en toda regla, “Las palomas son seres repugnantes y molestos, por tanto no es incorrecto desechar el huevo”. ¿Cuándo se convirtió el símbolo de la paz en un ser tan asqueroso y de costumbres tan impúdicas? ¿O es que en realidad siempre lo ha sido? Eso explicaría porque es tan poco competente en el cumplimiento de sus funciones, se pasan el día revolcándose por aparatos de aire acondicionado ajenos, en lugar de estar en Pakistán, aquí al lado, simbolizando como es debido.
La cuestión es que todo indicaba que esas ratas voladoras eran aficionadas a darse, todos los días, un homenaje vespertino. Nada mas amanecer, parecía que vivíamos en uno de eso moteles que también se pueden pagar por horas. En un par de ocasiones intenté poner freno a tan primaria actividad como se hacía antes, con una escoba y al grito de “¡¡¡Degenerados!!!”. Pero cada día volvían a montárselo en el balcón, hasta que al final acabamos por acostumbrarnos, era parte de nuestra rutina para empezar el día, justo antes de desayunar, piadas de pasión. Entonces, llegó el invierno y solo el frio fue capaz de apagar su ardiente líbido.
Después me fui a España y me olvide de las palomas de Nueva Delhi, para poder concentrarme en los cerdos de Jabugo, las vacas de Ávila y en los primero peces y luego pescados de Cádiz.
El episodio que nos ocupa empieza a mi vuelta de España a Delhi, hace menos de una semana. Cuando descubrí que con la llegada del verano (porque aquí la primavera no existe a efectos prácticos), la pareja había vuelto a su residencia estival. Acostumbrado a los lujos de la vida occidental, las palomas me mosquearon bastante ¿Cómo se les ocurre despertarme a ese par de viciosas? En España, la civilización, te despierta el departamento comercial de telefónica a las ocho y media de la mañana. Como hasta ese momento y por culpa de las cosas del lenguaje, pensaba que la pareja de palomas era lesbiana, yo, que soy una persona muy tolerante y progresista, decidí respetar su amor furtivo en un entorno tan hostil como es el de las aves en la India.
Pero como todo el mundo sabe, la libertad de uno acaba donde empieza la del otro. Y aunque los límites nunca están tan claros, yo los puse en el momento en el que, agobiado por el tórrido calor, quise encender el aire acondicionado y sencillamente no funcionó. Es fácil que se nos acabe la paciencia hasta a los más tolerantes y progresistas como yo. Así que armado con mi escoba, fui a echar a esas dos malditas ocupas, que horror… empiezo a hablar como un propietario, ya me lo avisaron, eso es que me estoy haciendo mayor.
Con todo el sigilo del que era capaz, salí al balcón, armado con la escoba y con la intención de evaluar la situación para poder diseñar un plan de acción. Inesperadamente, la primera paloma me atacó por sorpresa, era tan rápida que parecía que estaba en todos lados a la vez, era enormemente ágil y astuta. La lucha fue encarnizada y honorable, y si no fuera porque, como ser humano, estoy dotado para el uso de herramientas, seguramente hubiera muerto a picotazos o por el ácido que contienen los excrementos de las palomas. Como os podéis imaginar, gané la primera batalla, pero todavía me quedaba una mucho más dura que luchar, una en la que también estaba en juego la más profunda esencia de mis valores humanos.
Cuando la primera paloma estuvo fuera de mi enrejado balcón, me subí a la barandilla para poder ver por encima del aire acondicionado y vi a su pareja, tenía la vista perdida y parecía no haberse dado cuenta de lo que acababa de pasar. La empujé un poco con la escoba y entonces descubrí la razón de su apatía, estaba empollando un huevo. No eran palomas lesbianas, me sentí un poco decepcionado y avergonzado por mis prejuicios. Aun así pensé, “¿Es correcto hacer lo que voy a hacer?”, sin encontrar respuesta, la pregunta se quedó en retorica y terminé de empujar a la paloma fuera del aparato. Mi buen amigo Pablo, actualmente en la India con su encantadora novia María, me asistió eficientemente acercándome el cubo de basura, y en una intrépida maniobra, atrapé a la madre que no se resistió todo lo que yo esperaba. Como no tenía como echarla por ese balcón, tuve que atravesar toda mi casa con el ave en el cubo (gran título para una novela… o para un capítulo de “Bones”). Al llegar al otro balcón, antes de lanzar la paloma al vació y comprobar si era capaz de volar, pensé que lo más inteligente sería echar un vistazo por si había alguien que se pudiera ofender con mi actitud hostil hacia el ave en cuestión, nunca se sabe con la sensibilidad de estas gentes. Efectivamente, allí estaba mi vecina, siempre de guardia en su balcón, no fuera a ser que pasara algo en nuestro callejón sin que ella se enterase, ya le he sugerido que se compre una tele, pero creo que es dura de oído. Así que después de analizar todas las posibilidades, me decidí a lanzarla al balcón del vecino al burocrático grito de “Pase por la ventanilla de al lado”. Ni siquiera tocó el suelo, la paloma salió volando hacia el otro balcón. Maldije en alto, lo confieso. Fui corriendo al que era su posible destino, justo a tiempo para evitar tener que repetir la aventura tapando el hueco por el que entraban con los restos de un contador de electricidad que el “manitas” había dejado abandonado.
A partir de ahí todo fue coser y cantar. Primero recoger el palpitante huevo y hacerle un tour por la casa, eso sí, con mucho cuidado, porque con un huevo nunca se sabe lo que lleva dentro en realidad… imaginaos, en la India. Después, un debate con mis invitados sobre el destino del huevo y las implicaciones éticas de la decisión, y finalmente, un veredicto en toda regla, “Las palomas son seres repugnantes y molestos, por tanto no es incorrecto desechar el huevo”. ¿Cuándo se convirtió el símbolo de la paz en un ser tan asqueroso y de costumbres tan impúdicas? ¿O es que en realidad siempre lo ha sido? Eso explicaría porque es tan poco competente en el cumplimiento de sus funciones, se pasan el día revolcándose por aparatos de aire acondicionado ajenos, en lugar de estar en Pakistán, aquí al lado, simbolizando como es debido.
Extermina a todas las palomas que puedas. Te lo agradecerán los epidemiólogos, los conservadores de edificios históricos y los paseantes de las calles estrechas del casco antiguo de Cádiz, en cuyas cornisas están las palomas ubicadas y con su cloaca estrategicamente dirigida hacia las cabezas de los viandantes.
ResponderEliminarEn cuanto a la divinidad de las palomas, te recuerdo que en muchas culturas antiguas la paloma es un símbolo sexual y como ejemplo, la Santa Virgen María "que concibió por obra del Espíritu Santo" ... que era una paloma.
Yo he de decir que la paloma no sufrió.
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