Mí llegada a Katmandú ha sido como la de la mayoría de los turistas, pero apropiadamente aderezada por mi legendaria incompetencia, creo que más de uno sabrá a lo que me refiero y a los que no, se lo explico ahora mismo.
Gabi y yo nos preparábamos para viajar a España, donde viviríamos un feliz reencuentro con nuestras familias y amigos que, además, sería felizmente temporal. Afortunadamente para mi ya mencionada incompetencia, iba a coincidir con el momento en que tenía que renovar mi visa en la India. Pero un pequeño cambio de planes nos hizo retrasar el viaje y eso me dejaba en una situación complicada. Podía dejar que mi visa caducara e intentar pedir una nueva en Madrid, arriesgándome a que algún burócrata no me dejara volver, y ya sabemos lo desalmados que son lo burócratas cuando no te conocen de nada, o podía coger un avión a Katmandú al día siguiente, sin ningún otro plan que el de sacarme la visa. No hay ninguna sorpresa, ya sabéis que estoy aquí. Voy a omitir el episodio de “Antón intentando comprar un billete para irse a Nepal al día siguiente”, solo os diré que estábamos en esos días del mes, ya sabéis, esos en los que deberías tener dinero pero todavía no lo tienes y, entonces, tienes que llamar a tus padres para que te lo dejen y poder huir del país en el que vives. No es bonito y no es divertido, así que ahí se queda.
Mi vuelo salía a las 7:40 de la mañana, pedimos que un taxi me recogiera a las cinco en Panscheel Enclave. Nos tenían que llamar a las 4:15 para que les confirmáramos que seguíamos queriendo el taxi. Nos fuimos temprano a la cama (que actualmente se encuentra en el salón, ya que están reparando las goteras que tiene nuestro dormitorio) y me puse el móvil cerca de la oreja para que no se me pasara la llamada. La inquietud por el viaje me despertó en mitad de la noche, miré el reloj y eran las 4:35, pegué uno de mis ya clásicos saltos de la cama, de esos de “Llego una hora tarde al trabajo”, “He quedado en la otra punta de la ciudad ahora mismo” o de los de “¡¡¡Coño, coño!!! Que pierdo el avión”. Lo único que había recibido era un mensaje de texto a las 4:10 de la compañía de taxis diciendo que no nos iban a mandar nada a esa hora, algo muy propio de la competencia india. Me tomé un plátano, me despedí de Gabi como es debido, cogí mi maleta y me fui en busca de algún vehículo que me llevara al aeropuerto. Creo que ya he mencionado lo poco recomendable que es Delhi de madrugada, todo tipo de leyendas nos advierten de sus peligros, aunque viendo la cantidad de gente que está durmiendo en la calle, parece que el mayor riesgo que se corre es el de caerse de sueño después de un bostezo monumental.
Nos parecía haber visto una parada de taxi al otro lado del paso a nivel que hay enfrente de nuestra colonia, así que me dirigí hacia allí. Cuando llegué, me encontré a todos los taxistas durmiendo sobre unas camas sin colchón y con somier de cuerda que son muy utilizadas por el gremio del transporte. Le di una patadita a una como sin querer, el tipo, que estaba totalmente cubierto por una manta, ni se inmutó. Así que probé con una de esas patadas de las de “queriendo”, aun así el hombre tardó un rato en reaccionar. Se destapó, se rascó la cabeza, me miró con parsimonia y entonces le dije que quería ir al aeropuerto. El hombre se estiro un par de veces antes de levantarse de la cama y se dirigió a buscar a su jefe, que era el único que estaba durmiendo bajo un techito metálico. Este no quiso privarme del espectáculo habitual y despertó a todos sus empleados para que pudieran acosarme con los precios, pero ese tempo especial que tenían de recién levantados hacía que se les notara demasiado el teatro. Al final fue el jefe el que me llevó, así que me imagino que es de esos a los que no les gusta estar currando mientras sus empleados duermen.
Excepto por el retraso del avión y una guiri que lo perdió por mi culpa, en el aeropuerto de Delhi todo fue sobre ruedas. El vuelo fue muy agradable y corto, solo una hora y cuarenta minutos en llegar al pequeño aeropuerto de Katmandú. Imaginaos volar entre las montañas mas altas del mundo, pues yo también lo tuve que imaginar, porque niebla era tan densa que solo me dejaba ver lo que había justo debajo de mi avión. Aun así, muy espectacular. El aeropuerto estaba casi vacío comparado con el de Nueva Delhi y lo primero que percibí nada mas bajar del avión, fue un ligero y agradable olor a mierda de vaca. Pero no como el de las vacas de Delhi, que ya ni siquiera percibo, este era de vaca de campo, de vaca feliz, de esas vacas a las que cuidan, quieren y miman porque se las pueden comer. Cuando entré, en el aeropuerto nos esperaba un enorme cartel con una gran lista de países en el que se advertía del riesgo que corrían los viajeros procedentes de esos lugares de portar el virus de la gripe porcina. Luego, un médico me preguntó si tenía alguno de los síntomas de la enfermedad y eso fue todo, una consulta de 7 segundos para evitar que la “pandemia” entrase en su país, tampoco hay que ponerse alarmista.
Luego tocó el visado nepalí. Para un visado de 15 días en Nepal, tienes que pagar 25 dólares, espero que lo usen para cuidar las montañas y a las vacas. Aceptan euros, yenes, dólares y otras cinco o seis monedas de países recónditos, pero no aceptan rupias indias, la de su país vecino y amigo. Allí mismo tienen una casa de cambio que tampoco acepta rupias indias y, además, no hay ningún cajero automático. Así que allí estaba yo, con 5.000 rupias indias en la mano, en esa parte que se supone que no es de ningún país, aunque se parecía mucho a lo que había al otro lado de la aduana, sin poder pagar mi visado de entrada. Solución, “Pase usted e intente cambiar su dinero por el aeropuerto”. Entonces, en calidad de inmigrante ilegal, me introduje ilícitamente en el país con la intención de traficar con divisas extranjeras. Primero fui a una casa de cambio que había en la salida, no aceptaban rupias hindúes, pregunté por un cajero, nada de nada en todo el aeropuerto. Estaba empezando a desesperarme cuando un tipo del mostrador de los hoteles me dijo “Where are you from, Sir?”, “Spain” le dije yo, “Puta Madre, Sir”, como muchos sabréis, es una conversación de lo mas habitual en el extranjero. Finalmente, después de contarle mi problema, me dijo “Si te vienes a mi hotel, te dejo la pasta y me la devuelves luego”, en ingles, claro. Parecía un buen trato y una buena estrategia para cazar nuevos clientes, así que acepté. Me dejó 2.000 rupias nepalíes y me fui a pagar mi visa. En una ruta poco habitual para un inmigrante ilegal, al menos de forma voluntaria, me pasé de nuevo al otro lado de la aduana. Y cuando finalmente me disponía a pagar, me dicen que tampoco aceptaban el dinero de su propio país, que necesitaba comprar dólares. La comisión hizo que mis 2.000 rupias nepalíes se convirtieran en los 25 dólares que separaban al ilícito inmigrante del flamante turista por 15 días que había en mí. Nada mas salir, nadie puso ningún problema para pagar con dinero indio.
En el coche del hotel íbamos un chico de Chicago y yo. Este llevaba seis días en Nepal y se volvía ese mismo día, me dio unos cuantos buenos consejos y me dijo que podía ver en la ciudad. El conductor paró un momento delante de una tienda de sándwiches para que mi compañero se comprara algo para su viaje, el chico iba a coger su mochila para salir del coche, cuando el tipo dijo “No te preocupes, esto es Nepal” y yo pensé “¿Cuántas veces habré oído eso en la India?”.
Instantes después llegamos a mi hostal Khangsar Guest House. Allí me cambiaron las rupias indias, pague mi deuda con el dueño y me pusieron a un guía para que me llevara a la embajada India. Cuando llegué, resulto que solo se abría de 8:30 a 9:30 de la mañana, no fuera a ser que los pobres se sintieran muy explotados ¿son los funcionarios igual en todo el mundo? No quiero caer en tópicos que puedan afectar a mi padre, así que lo dejare en un “Sin comentarios”. Pero dejadme que proponga un día internacional del funcionario, en el que podrían pasarse la jornada laboral currando, para variar un poco.
Todo esto había pasado en seis horas, así que cuando volví al hotel me quedé frito. A las 15:30 me desperté muerto de hambre y con un dolor de cabeza parecido al de la resaca. Decidí irme a comer a alguno de los 5 o 6 restaurantes coreanos que había visto por el camino. Me comí unos nodels de algas y sushi. Después di un paseo por el centro mientras me comía un riquísimo helado de mora y vainilla, y tengo que decir que me impresionó mucho. Desde pequeño había pensado en Katmandú como el sitio más recóndito del planeta. Una ciudad antigua perdida en mitad de los Himalayas. La verdad es que de perdida no tiene nada. Se respira la misma mezcla cultural que en la India, pero aquí todo es más relajado, la gente no te mira por calle y a diferencia de Nueva Delhi, no parece ser una ciudad que se renueve continuamente, es vieja y parece vieja y fascinante, solo hay que darse un paseo por Indra Chowk y Durbar Square para ver sus alucinantes templos. Solo es mi primer día, ya os contaré más.
Mientras sale mi visa, mi plan es afeitarme la cabeza y meterme en un templo budista… ¡Uy, no! Ese no es mi plan, era el de la guiri que perdió el avión en Nueva Delhi. Yo me voy a alquilar una moto y me voy a ir a buscar al Yeti por el valle de Katmandú y por los Himalayas, para que mi Tío Quique no pierda toda la ilusión.
Gabi y yo nos preparábamos para viajar a España, donde viviríamos un feliz reencuentro con nuestras familias y amigos que, además, sería felizmente temporal. Afortunadamente para mi ya mencionada incompetencia, iba a coincidir con el momento en que tenía que renovar mi visa en la India. Pero un pequeño cambio de planes nos hizo retrasar el viaje y eso me dejaba en una situación complicada. Podía dejar que mi visa caducara e intentar pedir una nueva en Madrid, arriesgándome a que algún burócrata no me dejara volver, y ya sabemos lo desalmados que son lo burócratas cuando no te conocen de nada, o podía coger un avión a Katmandú al día siguiente, sin ningún otro plan que el de sacarme la visa. No hay ninguna sorpresa, ya sabéis que estoy aquí. Voy a omitir el episodio de “Antón intentando comprar un billete para irse a Nepal al día siguiente”, solo os diré que estábamos en esos días del mes, ya sabéis, esos en los que deberías tener dinero pero todavía no lo tienes y, entonces, tienes que llamar a tus padres para que te lo dejen y poder huir del país en el que vives. No es bonito y no es divertido, así que ahí se queda.
Mi vuelo salía a las 7:40 de la mañana, pedimos que un taxi me recogiera a las cinco en Panscheel Enclave. Nos tenían que llamar a las 4:15 para que les confirmáramos que seguíamos queriendo el taxi. Nos fuimos temprano a la cama (que actualmente se encuentra en el salón, ya que están reparando las goteras que tiene nuestro dormitorio) y me puse el móvil cerca de la oreja para que no se me pasara la llamada. La inquietud por el viaje me despertó en mitad de la noche, miré el reloj y eran las 4:35, pegué uno de mis ya clásicos saltos de la cama, de esos de “Llego una hora tarde al trabajo”, “He quedado en la otra punta de la ciudad ahora mismo” o de los de “¡¡¡Coño, coño!!! Que pierdo el avión”. Lo único que había recibido era un mensaje de texto a las 4:10 de la compañía de taxis diciendo que no nos iban a mandar nada a esa hora, algo muy propio de la competencia india. Me tomé un plátano, me despedí de Gabi como es debido, cogí mi maleta y me fui en busca de algún vehículo que me llevara al aeropuerto. Creo que ya he mencionado lo poco recomendable que es Delhi de madrugada, todo tipo de leyendas nos advierten de sus peligros, aunque viendo la cantidad de gente que está durmiendo en la calle, parece que el mayor riesgo que se corre es el de caerse de sueño después de un bostezo monumental.
Nos parecía haber visto una parada de taxi al otro lado del paso a nivel que hay enfrente de nuestra colonia, así que me dirigí hacia allí. Cuando llegué, me encontré a todos los taxistas durmiendo sobre unas camas sin colchón y con somier de cuerda que son muy utilizadas por el gremio del transporte. Le di una patadita a una como sin querer, el tipo, que estaba totalmente cubierto por una manta, ni se inmutó. Así que probé con una de esas patadas de las de “queriendo”, aun así el hombre tardó un rato en reaccionar. Se destapó, se rascó la cabeza, me miró con parsimonia y entonces le dije que quería ir al aeropuerto. El hombre se estiro un par de veces antes de levantarse de la cama y se dirigió a buscar a su jefe, que era el único que estaba durmiendo bajo un techito metálico. Este no quiso privarme del espectáculo habitual y despertó a todos sus empleados para que pudieran acosarme con los precios, pero ese tempo especial que tenían de recién levantados hacía que se les notara demasiado el teatro. Al final fue el jefe el que me llevó, así que me imagino que es de esos a los que no les gusta estar currando mientras sus empleados duermen.
Excepto por el retraso del avión y una guiri que lo perdió por mi culpa, en el aeropuerto de Delhi todo fue sobre ruedas. El vuelo fue muy agradable y corto, solo una hora y cuarenta minutos en llegar al pequeño aeropuerto de Katmandú. Imaginaos volar entre las montañas mas altas del mundo, pues yo también lo tuve que imaginar, porque niebla era tan densa que solo me dejaba ver lo que había justo debajo de mi avión. Aun así, muy espectacular. El aeropuerto estaba casi vacío comparado con el de Nueva Delhi y lo primero que percibí nada mas bajar del avión, fue un ligero y agradable olor a mierda de vaca. Pero no como el de las vacas de Delhi, que ya ni siquiera percibo, este era de vaca de campo, de vaca feliz, de esas vacas a las que cuidan, quieren y miman porque se las pueden comer. Cuando entré, en el aeropuerto nos esperaba un enorme cartel con una gran lista de países en el que se advertía del riesgo que corrían los viajeros procedentes de esos lugares de portar el virus de la gripe porcina. Luego, un médico me preguntó si tenía alguno de los síntomas de la enfermedad y eso fue todo, una consulta de 7 segundos para evitar que la “pandemia” entrase en su país, tampoco hay que ponerse alarmista.
Luego tocó el visado nepalí. Para un visado de 15 días en Nepal, tienes que pagar 25 dólares, espero que lo usen para cuidar las montañas y a las vacas. Aceptan euros, yenes, dólares y otras cinco o seis monedas de países recónditos, pero no aceptan rupias indias, la de su país vecino y amigo. Allí mismo tienen una casa de cambio que tampoco acepta rupias indias y, además, no hay ningún cajero automático. Así que allí estaba yo, con 5.000 rupias indias en la mano, en esa parte que se supone que no es de ningún país, aunque se parecía mucho a lo que había al otro lado de la aduana, sin poder pagar mi visado de entrada. Solución, “Pase usted e intente cambiar su dinero por el aeropuerto”. Entonces, en calidad de inmigrante ilegal, me introduje ilícitamente en el país con la intención de traficar con divisas extranjeras. Primero fui a una casa de cambio que había en la salida, no aceptaban rupias hindúes, pregunté por un cajero, nada de nada en todo el aeropuerto. Estaba empezando a desesperarme cuando un tipo del mostrador de los hoteles me dijo “Where are you from, Sir?”, “Spain” le dije yo, “Puta Madre, Sir”, como muchos sabréis, es una conversación de lo mas habitual en el extranjero. Finalmente, después de contarle mi problema, me dijo “Si te vienes a mi hotel, te dejo la pasta y me la devuelves luego”, en ingles, claro. Parecía un buen trato y una buena estrategia para cazar nuevos clientes, así que acepté. Me dejó 2.000 rupias nepalíes y me fui a pagar mi visa. En una ruta poco habitual para un inmigrante ilegal, al menos de forma voluntaria, me pasé de nuevo al otro lado de la aduana. Y cuando finalmente me disponía a pagar, me dicen que tampoco aceptaban el dinero de su propio país, que necesitaba comprar dólares. La comisión hizo que mis 2.000 rupias nepalíes se convirtieran en los 25 dólares que separaban al ilícito inmigrante del flamante turista por 15 días que había en mí. Nada mas salir, nadie puso ningún problema para pagar con dinero indio.
En el coche del hotel íbamos un chico de Chicago y yo. Este llevaba seis días en Nepal y se volvía ese mismo día, me dio unos cuantos buenos consejos y me dijo que podía ver en la ciudad. El conductor paró un momento delante de una tienda de sándwiches para que mi compañero se comprara algo para su viaje, el chico iba a coger su mochila para salir del coche, cuando el tipo dijo “No te preocupes, esto es Nepal” y yo pensé “¿Cuántas veces habré oído eso en la India?”.
Instantes después llegamos a mi hostal Khangsar Guest House. Allí me cambiaron las rupias indias, pague mi deuda con el dueño y me pusieron a un guía para que me llevara a la embajada India. Cuando llegué, resulto que solo se abría de 8:30 a 9:30 de la mañana, no fuera a ser que los pobres se sintieran muy explotados ¿son los funcionarios igual en todo el mundo? No quiero caer en tópicos que puedan afectar a mi padre, así que lo dejare en un “Sin comentarios”. Pero dejadme que proponga un día internacional del funcionario, en el que podrían pasarse la jornada laboral currando, para variar un poco.
Todo esto había pasado en seis horas, así que cuando volví al hotel me quedé frito. A las 15:30 me desperté muerto de hambre y con un dolor de cabeza parecido al de la resaca. Decidí irme a comer a alguno de los 5 o 6 restaurantes coreanos que había visto por el camino. Me comí unos nodels de algas y sushi. Después di un paseo por el centro mientras me comía un riquísimo helado de mora y vainilla, y tengo que decir que me impresionó mucho. Desde pequeño había pensado en Katmandú como el sitio más recóndito del planeta. Una ciudad antigua perdida en mitad de los Himalayas. La verdad es que de perdida no tiene nada. Se respira la misma mezcla cultural que en la India, pero aquí todo es más relajado, la gente no te mira por calle y a diferencia de Nueva Delhi, no parece ser una ciudad que se renueve continuamente, es vieja y parece vieja y fascinante, solo hay que darse un paseo por Indra Chowk y Durbar Square para ver sus alucinantes templos. Solo es mi primer día, ya os contaré más.
Mientras sale mi visa, mi plan es afeitarme la cabeza y meterme en un templo budista… ¡Uy, no! Ese no es mi plan, era el de la guiri que perdió el avión en Nueva Delhi. Yo me voy a alquilar una moto y me voy a ir a buscar al Yeti por el valle de Katmandú y por los Himalayas, para que mi Tío Quique no pierda toda la ilusión.
Brother! ¿Cuándo te vamos a ver por aki entonces? Jo, mañana es 15 de junio y tenía esperanzas de que aparecieras de repente en mi casa- :_( I miss Youuuuuuuu
ResponderEliminarCada nueva entrada en tu bitácora es vivir una aventura.
ResponderEliminarSi los siglos pasados pueblan de lugares ignotos los libros de viajes; si Mungo Park, Marco Polo, Sir Richard Burton y el Doctor Livingstone (supongo) excitaron la imaginación de tantos y tantos aventureros de sillón, TÚ, Antón Goenechea Caballos, llenarás de etereas páginas virtuales los recónditos paisajes del ciberespacio, redescubriendo y redefiniendo el concepto de aventura del siglo XXI y de los siglos venideros. No me cabe la menor duda.
En cuanto al Yeti, estoy seguro de que lo encontrarás, pero dado tu proverbial despiste ... lo volverás a perder.