Mí llegada a Katmandú ha sido como la de la mayoría de los turistas, pero apropiadamente aderezada por mi legendaria incompetencia, creo que más de uno sabrá a lo que me refiero y a los que no, se lo explico ahora mismo. Gabi y yo nos preparábamos para viajar a España, donde viviríamos un feliz reencuentro con nuestras familias y amigos que, además, sería felizmente temporal. Afortunadamente para mi ya mencionada incompetencia, iba a coincidir con el momento en que tenía que renovar mi visa en la India. Pero un pequeño cambio de planes nos hizo retrasar el viaje y eso me dejaba en una situación complicada. Podía dejar que mi visa caducara e intentar pedir una nueva en Madrid, arriesgándome a que algún burócrata no me dejara volver, y ya sabemos lo desalmados que son lo burócratas cuando no te conocen de nada, o podía coger un avión a Katmandú al día siguiente, sin ningún otro plan que el de sacarme la visa. No hay ninguna sorpresa, ya sabéis que estoy aquí. Voy a omitir el episodio de