Ir al contenido principal

Sí, yo soy ese de las mallas (o porque los niños se ríen de mí).

Planeaba que mi próxima entrada en el blog fuera “El pito de los indios”, un fascinante estudio que estoy haciendo sobre las aficiones de nuestros gentiles anfitriones. Pero después del interés suscitado por la última publicación de Gabi, a raíz de mi costumbre de usar mallas para hacer deporte, y de que tengo la sensación de que mi imagen se está viniendo abajo en mi propio hogar, creo que tengo que aclarar un par de puntos importantes.

El primero de todos es que, desde hace años, los hombres y las mujeres modernos han estado luchando por muchas causas basándose en el principio de que todos los seres humanos tenemos los mismos derechos. Esta noble lucha ha abierto las puertas de la democracia a las mujeres y a las minorías raciales, ha dado voz a los pobres y ha ayudado a los enfermos. También provocó la revolución sexual, gracias. Esta es una batalla que continúa y continuará siempre. Pero hay un sector que suele quedar fuera de los discursos y que a veces siente que la sociedad les juzga a cada vistazo. Todos sabéis quiénes son, el hombre adulto de clase media, yo alzo la voz por ellos y sé que muchos me lo agradeceréis, tenemos que liberarnos de nuestros complejos.

En los setenta, algunos valientes decidieron que ya era hora de que todos pudieran ver la forma de sus masculinas piernas. Así que empezaron a usar pantalones ajustados, aunque por alguna extraña razón decidieron acampanarlos. El experimento no fue muy agraciado, pero fue un gran paso para el hombre. En los ochenta, los herederos de aquellos héroes cogieron el testigo de la trasgresión y se tiñeron el pelo, se pusieron gomina, hombreras y zapatos de distinto color. Se subieron a los escenarios de todo el mundo para mostrarse al mundo tal como eran, hombres adultos y relativamente normales que podían ir a trabajar con una americana remangada, una mini coleta y un pendiente en la oreja. Aunque la tentativa tampoco fue muy afortunada, sobran los documentos gráficos que lo demuestran (algunos en vuestras propias casas), esos hombres siempre serán un ejemplo. En los últimos veinte años nos hemos vuelto conservadores, todavía podemos ver a algún hombre valiente al que llamaríamos “pintas” u “hortera” sin importarnos sus sentimientos. Ya solo quedan notables excepciones que confirman la regla.

Pero la India me ha abierto los ojos. Sí, lo ha hecho. Muchos vaticinasteis un profundo cambio en mi forma de ver las cosas. Yo, que era un hombre orgulloso, me negué a creeros, pero ahora os entiendo. Entiendo ese cambio del que me hablabais. He vuelto a ver a esos hombres con pantalones de campana ajustados, con americanas remangadas, con anillos en los dedos y grandes pulseras y collares de oro. Y son hombres respetados. Son hombres orgullosos. Aunque yo no podía verlo porque miraba con ojos de occidental implacable, juzgándoles sin compasión, pero algo pasó que me hizo entender.

Hace unas semanas nos invitaron a la fiesta de cumpleaños de uno de los compañeros de Gabi. Como había visto en muchas otras ocasiones en mi vida, aquella fiesta era un campo de nabos. Seis chicas y veinte chicos. Teniendo en cuenta que tres de ellas estaban casadas y Gabi estaba conmigo, no se podía decir que aquellos tipos tuvieran muchas posibilidades de “intimar” esa noche. Algo pasaba que me llamó la atención, ellos no estaban preocupados por eso, todo lo contrario, estaban contentos y animados. Los indios son un pueblo alegre y divertido, que sabe divertirse en las fiestas aunque no tengan expectativa de comerse un rosco, todo un ejemplo. Poco a poco veía como más hombres se unían al baile. Felices, se contoneaban con estilo al ritmo de música electrónica, se abrazaban y animaban, se podía respirar compañerismos y hermandad en aquella casa. Los únicos hombres occidentales en la fiesta éramos Balti (holandés, compañero de trabajo de Gabi y mío en la cancha de baloncesto) y yo. Ambos fuimos invitados a participar del folklórico, y extasiantemente libre de drogas, baile Punjabi. Nuestra versión para principiantes consistía en que los dos bailarines nos cogiéramos tobillo con tobillo y nos dedicásemos a dar vueltas mientras todos los demás nos jaleaban. ¿Qué hacían las mujeres? Mirarnos y, seguramente, pensar “¡Como me gustaría hacer eso!” o “¡Que sexy se ve Antón cuando hace el punjabi!” u “¡Hombres! Como les gusta hacer el gilipollas”.

Todo esto me lleva a las mallas. Los que ni siquiera hacéis deporte nunca lo entenderéis. A los que si lo hacéis, solo os diré una cosa, han cambiado mi vida, y ahora me siento libre para decirlo, ¡¡¡Gracias, India!!! Ahora bien, creo que el artículo de Gabi os ha llevado a un error que merece la pena aclarar. Yo no voy a correr con las mallas por fuera, llevo unas calzonas encima, como podréis ver en las fotos explicativas de abajo. Según mi teoría, los niños se ríen de mí porque se sienten intimidados por mis piernas peludas, o porque les deslumbra el color extremadamente blanco de mi piel… ni idea. Creo que nunca lo sabré con certeza.



Creative Commons License
My Daily Delhi Belly by Antón Goenechea Caballos is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-Compartir bajo la misma licencia 3.0 Unported License.
Based on a work at mydailydb.blogspot.com.
Permissions beyond the scope of this license may be available at http://mydailydb.blogspot.com/.

Comentarios

  1. Tus shorts son mas cortos que eso!! no mientas!!! solo por que tio lee el blog y porque seguramente Pepua debe estar imaginando un sin fin de teorias para justificar tu predileccion por la ropa ajustada no es suficiente razon para mentir.

    ResponderEliminar
  2. Oye, chalao, no era necesario que nos contases la batallita de la liberación femenina, la sexual. el derecho al voto, la revolución francesa, etc. para justificar que te gustan las mallas.

    ResponderEliminar
  3. Anton... claro como el agua, la ropa pegada se hizo para las mujeres. Punto final e indiscutible. Saltarse esa frontera te hace culpable de los cargos de violencia mental y quiere decir que probablemente tengas genetica italiana en ti... ellos son los maestros de el estruje testicular auto-infligido. Hazle un favor a los pobres niños hindues, Gaby, los transeuntes de Delhi y al mundo en general y usa shorts o pants combinados con boxers sueltitos... tendras un nuevo significado de la palabra libertad.

    PePe

    ResponderEliminar
  4. Gracias por mencionar la liberacion sexual porque justo hoy pase por varias ferreterias buscando unos ganchos para luego en la oficina estar martillandolos yo sola con todos los chicos como el publico mirandome y lamentamente por estar haciendolo sola me he golpeado mi dedo, pero que no haria por la igualdad de genero.

    QUE VIVAN LAS MALLAS!!!!

    saludos y besos a los dos:)

    ResponderEliminar
  5. jajajaj! ¡Qué payaso estás hecho! jajajajaja. La foto le da un toque a la entrada muy importante, ¿eh?

    ResponderEliminar
  6. Y eso que no argumentaste los beneficios terapéuticos del masaje continuo que las mallas aplican sobre el tercio proximal del muslo, realmente estimulante...

    FDO: Javi médico

    ResponderEliminar
  7. A mi se me hace que los niños se rien porque saben que por mas que uses malla y corras por el paruqe sigues siendo un gordito borracho de alma

    ResponderEliminar
  8. Las mallas evitan que los muslos rocen uno con el otro y no causen escoriaciones, es sólo algo ortopédico. Por otro lado si te gustan las mallas, no dudes en usarlas aunque sean de ballet y no hagas caso de los niños ni de nadie que se ría o llore. Adelante mi valiente

    ResponderEliminar
  9. Hola me gustan tus piernas peludas

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Monkey Business

De nuevo, siento haber abandonado el blog tanto tiempo, pero ha sido por algo interesante… creo. Mi nuevo proyecto en Delhi se llama “Odd Wishes”, es el piloto de una serie de terror, homenaje a los comics de EC de los 50 y a Twiling Zone (como se hizo con tanta frecuencia en los 80). La actitud que me encuentro aquí es bastante buena, a la gente le está gustando el guión y tienen muchas ganas de trabajar. Ahora nos encontramos en la etapa de preproducción. Pues bien, el otro día fuimos Gabi, Jithesh (que escribiendo los diálogos en hindi se ha ganado el crédito de coguionista) y yo a Old Delhi para hacer algunas localizaciones, concretamente a Chandni Chowk, posiblemente el barrio mas famoso y pintoresco de la ciudad. Allí encontramos unos cuantos sitios perfectos para nuestra idea. El mejor, un pequeño callejón que sale de una de las calles mas congestionadas del barrio, en términos de una ciudad de 16 millones de habitantes, significa que prácticamente no se puede andar. La entrada

Holi (mañana mas)

Un pequeño ejemplo de Punjabi dance durante el Holi, una fiesta que empieza por la mañana temprano y que a las cuatro de la tarde tiene a todo el norte de la India en la cama... mañana os cuento de que va.

¿Que me ves?

Salir a la calle es sin duda siempre una aventura. No porque uno vaya a lidiar con elefantes o monos (aunque si que sucede) sino porque en nuestra condición de “forenis”* (si, condición porque a veces parece una enfermedad) solemos cometer errores que no podemos comprender. Ejemplo no 1: Antón sale a correr en mallas y shorts camino al parque. Los niños se burlan de el, aun no entiendo si se ríen porque va en shorts (pero lo dudo porque ya hemos visto hombres con los pantalones bajados hasta las rodillas caminando sin pena por la calle) ¿o será entonces por las mallas? (tampoco lo creo, los indios tienen una rara predilección por la ropa ajustada) ¿sera el palido color de sus piernas? (hmmm... el producto mas codiciado en la India son las cremas blanqueadoras) ya les digo...un misterio. Ejemplo no. 2: Decido ir al trabajo en bicicleta. Esto, por alguna razón les causa risa, no lo entiendo, estoy segura que lo estoy haciendo de la manera adecuada, pero los niños de colegio cuando ven